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¡Era difícil superar la represión! |
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Mi primera vez: «Lo hacíamos por las noches»,«mis padres me gritaron», «estaba prohibido».
Hoy tienen más de 30 años, o más de 40, y pueden hablar con libertad de cómo fue su primera vez.
Hablan de cómo
"lo hicieron" a escondidas, de noche, a veces con desconocidos, en sitios extraños o en su casa.
Por lo general
lo hicieron a escondidas de sus padres, aunque algunos padres sabían lo que estaban haciendo sus jóvenes hijos e hijas.
Muchos lo hicieron ¡incitados por su abuela!
Decían que podías infectarte, que te perjudicaría, y de hecho casi todos arrastran las consecuencias hoy en día.
El riesgo, el temor a ser descubiertos,
saber que era algo prohibido, que "no se podía hablar de ello"... hacía correr la sangre, o la congelaba de miedo. Era necesario superar la represión. También era excitante.
Cuentan su primera vez, con pelos y señales:
La primera vez que pudieron leer la Biblia en la Unión Soviética, con miedo a ser descubiertos, con Biblias casi imposibles de conseguir, en clandestinidad y bajo represión...
Eran los años 80, mientras España celebraba el Mundial de Fútbol o se alegraba con el anuncio de las Olimpiadas de Barcelona, la época de la televisión en color. Y la Unión Soviética,
casi una quinta parte de la superficie terrestre, hacía imposible leer el libro fundacional de Occidente.
Tatiana, 49 años: "no lo saques del bolso"
»Mi primer evangelio me lo pasaron unos conocidos. Era un librito diminuto, hecho de papel de de fumar. Me lo entregaron como si fuera una bomba, el secreto más temible. ”No lo enseñes a nadie. No lo abras en el metro. No lo saques del bolso.
Si te detienen y preguntan de dónde lo sacaste, contesta: ´de Mateo´."
»Y lo leíamos por las noches en las catacumbas de nuestras cocinas, y Dios caminaba por las páginas como un vendaval. Luego
detuvieron a la persona que me había pasado el Librito, presionaron a toda su familia y le obligaron a ´arrepentirse´.
Tikkey, 41 años: "¡con pelos y señales!"
»A los 16 años me la prestó mi compañera de clase, una hippy. Era su reliquia familiar. Desde luego, estaba loca. Cosas así no se podían sacar de casa, ¡y ni hablar de prestarlas a otros imprudentes!
»Por supuesto, tuve que devolver el Librito, pero para entonces ya no me importaba: ya tenía mi secreto, mi orgullo, mi enorme y nueva luz imposible de ocultar, por la que merecía la pena vivir.
Andrey, 39 años: dos meses de barrendero
»Cuando a la edad de 12 años tuve que examinarme en una academia de Artes Plásticas de cultura de contenido bíblico, sólo había un lugar donde era posible comprar la Biblia legalmente: en el monasterio moscovita de San Daniel, a 80 rublos. Recuerdo que me enrolé a trabajar de barrendero, con un sueldo de 30 rublos. ¡No sé cómo los profesores de la academia se imaginaban los exámenes de los alumnos incapaces de pagar tanto dinero! En nuestra clase había una chica que
tenía en su casa una Biblia editada antes de la revolución, y nos reuníamos en su casa unos 15 para buscar citas y tomar notas necesarias.
Laska: "me convenció el mapa"
»Mi abuela me regaló un Evangelio editado antes de la revolución que había pertenecido a su madre. Luego, una edición moderna, un librito diminuto, en un papel finísimo y transparente, de bolsillo. Tenía un mapa.
¡Un mapa de verdad, de una tierra real! Era este mapa lo que me terminó de convencer…
Moire Rebma: robo masivo de biblias
»Era al final de los 80, cuando se celebraba el Milenario del Bautismo de Rusia, y la URSS aún existía. Una amiga mía, que entonces era aún adolescente, trabajaba con su padre en la imprenta estatal de “Goznak”. La imprenta acababa de recibir su primer pedido de unas mil biblias. El pedido era de un sacerdote ortodoxo.
»Imprimieron las biblias, las guardaron en el almacén... Y cuando llega el plazo de entrega, resulta que las Biblias han desaparecido del almacén. Los jefes se llevaron las manos a la cabeza: ¡un robo! Y ordenaron imprimir otras mil biblias.
Las imprimieron, guardaron... ¡y otra vez desaparecieron muchas! Así que cuando vino el sacerdote, le entregaron, con muchas disculpas, sólo 300 ejemplares y le explicaron la situación. El cura se rió mucho, pidió mil biblias más y aquellas 300 dijo que las dejaran abiertamente a la entrada de la imprenta, para que las gente las cogiera “ya que tenían tanta necesidad”. Al final de la jornada no quedaba ni una.
Dyk de Bosch, 37 años: en una familia sin dios
»No me acuerdo de dónde ni cuando apareció un librito del Nuevo Testamento en mi casa en los 90. Mi familia estaba muy lejos de la fe. Papá hoy sigue declarándose un "sin dios", porque
recibió de su padre una educación atea de la vieja escuela.
Mamá era de aquellos que dicen ser “creyentes” sólo por pintar huevos en Pascua, sin haber leído jamás la Biblia, y sin proponérselo en el futuro. Ella casi nunca había leído un libro, sólo a veces algún periódico. Era de pueblo y creía que leer era un pasatiempo para vagos. Pero mi abuela tenía un icono antiguo. No sé de dónde había aparecido, pero estaba colocado, visible, en su rincón, a pesar de todo el ateísmo de su marido. Tampoco ella nunca tuvo una Biblia.
Rinel, 42 años: ¡un enemigo, para inculparnos!
»La Biblia apareció en nuestra casa como un regalo de un enemigo. Una persona de otra ciudad que activamente nos odiaba, nos hizo llegar, a través de unos conocidos comunes,
una Biblia de tapas negras (con un propósito desconocido, dado que solía reírse de la religiosidad de alguien). Según las notas hechas en las páginas con una letra “vieja”, podría haber pertenecido a su abuela u otra familiar de generaciones anteriores.
Nutuzh, 41 años: "mi padre se enfureció"
»Mi primera Biblia la adquirí a finales de 1988, una edición del Patriarcado de Moscú dedicado al Milenario del Bautismo de Rusia. La compré por un precio escalofriante de 120 rublos (un sueldo mensual). Mi madre me dio este dinero, y
mi padre, al saberlo, se enfureció.
Por esa época también escuchaba emisoras cristianas de onda corta (Radio MonteCarlo y La Voz de los Andes de la lejana Ecuador que, no sé por qué, se oían perfectamente) y tomaba notas. Aquellas notas aún deben de estar en la casa de mis padres.
Joni: "sólo Mateo 18:20"
»Todos estos años yo creí que en mi casa no había Biblia, pero hace unas semanas descubrí un Nuevo Testamento que se utilizó para apoyar una taza decorativa hasta que lo rescaté. Parece más antiguo que yo, aunque no tiene ninguna información de editorial: sólo “Mateo 18:20”.
Red_kak: libros en rincones
»En los 70-80, en nuestra casa había un icono antiguo en la pared. Abiertamente, con el derecho de ser una “antigüedad”. Mientras que todo lo “moderno” se escondía detrás de un plano de Moscú. Los libros se metían en los rincones más lejanos. Una cruz estuvo todos aquellos años cosida dentro de mi solapa. No era una paranoia: si te acusaban de ´propaganda religiosa´ te reducían en el escalafón y te despedían del trabajo. Para la gente más activa [en su actividad cristiana], el manicomio. En el colegio, si llevabas una crucecita en el cuello, los compañeros te pegaban y lo profesores te presionaban. Mis parientes intentaron quitar a mi madre su patria potestad porque me llevaba a una iglesia. En la liturgia de la Noche de Pascua, hombres vestidos de civil te cogían por el cuello y te arrastraban a la comisaría.
Odalizka, 43 años: "impregnarme"
»En el 84, me prestaron la Biblia por una sola noche. Recuerdo cómo la leía frenéticamente, intentando impregnarme de todo.
Rakugan: "buscaba gota a gota en otros libros"
»Recuerdo muy bien mi primer choque de la primera lectura a los 12 años. ¿Acaso era posible todo aquello?
Pensaba que se me iba a parar el corazón de asombro y felicidad. Yo también pertenezco a aquella generación que buscaba la información sobre el cristianismo y copiaba el Nuevo Testamento en los cuadernos escolares.
Feliz_mencat, 39 años: contrabando de Corea
»Mi madre trajo una Biblia de Corea, en el 1988. Tal vez, allí las repartían, y ella la trajo a casa. La leí de pe a pa.
Alpamare: "lo pegó trocito a trocito"
»La única manera de aguantar este horror es volver una y otra vez, con el alma, a nuestras cocinas de catacumbas. Tenemos que recordar nuestros libritos de oraciones que escribimos a mano, nuestros cuadernos gastados con vidas de los santos (un cuaderno así, una amiga mía lo escondía de sus padres ateos en el interior de un butacón,
ellos lo encontraron, lo partieron en pedazos, pero ella lo volvió a pegar todo, trocito por trocito); los primeros rosarios de plástico de Częstochowa...